domingo, 23 de septiembre de 2012

She came in trough the bathroom window


She came in through the bathroom window, protected by a silver spoon. Tenía los ojos asustados, de gato mojado. Marrones, lluviosos. El pelo húmedo le caía sobre los hombros como una cascada de vagabundeo y soledad. Tenía los labios gruesos, pálidos. La boca entreabierta como un pez moribundo. Miraba a todos lados con desconfianza. Pero no tenía miedo. 

Él la miró desde la puerta del baño. Lo primero que pensó fue en llamar a la policía. Pero ella bajó su cuchara como quien baja un arma, como quien viene en son de paz. Cerró los ojos un momento y suspiró un vaho de tristeza y agotamiento. Él la invitó a pasar al salón y le acercó una toalla. No sabía si era compasión o curiosidad. O ganas de adoptar un gato callejero. 

She said she'd always been a dancer. She worked at fifteen clubs a day. Engulló el sanwidch como si no hubiese comido jamás. Se sentaba con las piernas cruzadas, como los indios. No soltaba su cuchara de plata. La sostenía fuerte con una mano pequeña y ladrona. Se chupaba el dedo pulgar de la otra mano, también pequeña pero de personalidad más tranquila. 

Él preguntaba y preguntaba. Y a base de respuestas esquivas consiguió saber de dónde había salido la chica de ojos de gato. Bailaba. Era bailarina. Romántico. Pero eso era lo único que hacía. Girar y girar. Trabajaba en más de una docena de clubs de la ciudad. En todos contratos fugaces. Y no tenía nada que se pudiera llamar hogar. Bailaba en el Cotton Club, vestida de blanco, cobraba y se iba. Llegaba al Astoria, se ponía un traje de lentejuelas plateadas, bailaba, cobraba, se iba. Llegaba al Moulin Rouge, se quitaba la ropa, bailaba. Lo que ganaba en cada teatro, burdel o cabaret lo invertía en el taxi para ir a su siguiente escenario, y en una hamburguesa sin queso. Y así siempre. Dormía en los atascos, comía caminando, vivía entre bambalinas, bailaba. Sólo eso. Y era feliz. Tenía amigas en cada cuerpo de baile. Chicas perdidas, como ella. Y no quería una casa. ¿Para qué, si no tendría tiempo de ir nunca? Se morirían las plantas. Y eso la ponía triste. 

Ella le miraba con sus ojos felinos. Unos ojos profundos como el infinito. Verdad pura. Sin rodeos. Sin formas. Color simple y original. Sin corromper. Inocencia gatuna. Y él se cayó en sus ojos. 

Pasaron los días. Los meses. Ella siguió allí. Él la amaba. Ella le amaba. Él tenía su gato callejero, y ella tenía un cuenco con agua y alguien que le acariciara. Parecía ir bien. Parecía bonito, falso, perfecto. Parecía amor del de las películas. Moriré por tí, morirás por mí. Pero ella no sabía que amar implicaba poseer. Ella amaba la luna, y no la poseía. Amaba el acorde de do mayor, y no lo poseía. Amaba el olor a lluvia y humo, y no lo poseía. Y le amaba a él . Pero no entendía por qué habría de poseerle.  

Le empezó a subir un cosquilleo por los pies. Hacía mucho que no bailaba. Tenía inquieto el corazón. Hacía mucho que no recorría descalza el cemento caliente por el sol. Hacía mucho que no gritaba por gritar. Hacía mucho que no se chupaba el pulgar. No le gustaba no poder salir del piso de él sin decir nada. No le gustaba no poder volver cuando quisiera. Echaba de menos la improvisación, la incertidumbre. Maldito gato. Maldito instinto . Le daba pena que él no volviera a acariciarla. Pero también hacía mucho que otros no la acariciaban. Les amó a todos. Les recordaba. Pero le tocaba ir al siguiente escenario. 

She went out through the bathroom window. She left behind her silver spoon. 









sábado, 22 de septiembre de 2012

Oro de septiembre

Septiembre. Volvemos al inicio. En el círculo de las estaciones. Vuelve a empezar la rutina, la melodía repetida. Septiembre. Otoño. Vuelve el mundo a teñirse de oro. Vuelvo yo a la vida de siempre. Vuelves tú a la ciudad. Vuelve el viento a rodar por la acera. Vuelven los árboles a perder pelo. Vuelven los quitameriendas. Septiembre es un mes nostálgico, de luz sepia. Empañado por una especie de polvo dorado de recuerdos del luminoso verano. Empezamos a aletargarnos, aún con la sonrisa en la boca, aún con la sal en la piel, aún con los ojos brillantes, aún con la bici fuera del trastero. Movimientos más lentos, se va apagando la luz. Pero aún están tiernas las aventuras en nuestras mentes.